sábado, 14 de septiembre de 2013

La invasión



Orlando despertó exaltado ante los ruidos de la ventana, pero no quiso levantarse enseguida, dio un par de vueltas en la cama, se tapaba hasta la cabeza e intentaba dormir, son los gatos de nuevo, decía. Los gatos, los gatos follando, los gato peleando, los gatos con hambre, qué se yo, decía.
Pero no calzó, los insistentes golpes en las ventanas no podían ser los gatos, no habían maullidos molestos, y el tercer piso de Pedro Montt con avenida argentina, justo arriba de la botillería no daba mucha fe de que las cosas pudieran durar tanto, ¿es que acaso esos ruidos podían ser algo más meticulosamente planeado?, ¿o más extraño?

Se levantó. Primero fue hacia el baño rascándose un muslo con la mano derecha, mientras que con la izquierda se sacaba el cansancio de los ojos, el ruido persistía, pero podía esperar, dar una meada era un acto hermoso y liberador siendo la hora que fuera, las botellas aun en la mesa eran testigos oculares y silenciosos de la juerga de amigos que hubo aquella noche, entre alcohol, risas, y burlas. Oasis dio paso a Beady Eye, después el Polo puso una banda media chicana que se llamaba, sin recordarlo mucho, ¿cómo era que se llamaba?, pensó, rememorando la noche, ¿”Los lobos”?, que buen nombre, pensó. Siguió pensando.

La mesa estaba inmediatamente al lado de la cama, en realidad todo se dividía entre el baño que estaba justamente al  lado derecho de la entrada al cuarto, un gran espacio donde estaba la cama, la televisión, y la mesa ya nombrada frente a la ventana donde acostumbraba a ver la gran Avenida cuando no tenía nada importante que hacer, finalmente una pequeña pieza servía de cocina. Esa era una de las partes más agradables de la casa. Orlando solía los días hogareños abrir la pequeña ventana de la cocina, mientras preparaba los platos propios de la soledad (fideos, arroz, tortillas, y a veces legumbres), también limpiaba el pequeño y naciente ficus que aguardaba en la mejor entrada de luz. Le hablaba y mientras esperaba que se terminara su plato, tomaba leche sin lactosa, propio del fetiche enorme que sentía por un par de películas que había visto hace algún tiempo, y que justamente ahora no viene al caso nombrar.

 Total de ventanas en la casa: 3,  una en la cocina, pequeña, pero apacible, otra frente a la mesa, y junto a esta la que quedaba a la altura de la cama, la que solía mantener siempre con las cortinas cerradas. Si hay algo que debe permanecer en silencio es como duerme uno, y a Orlando no le gustaba la sensación de ser observado una mañana cualquiera.

Se sentó a la mesa, se tapó la cara con ambas manos, vio el reloj del celular, eran las 5 con 2 minutos exactos, la madrugada, aun no amanecía, ¿día?, sábado: libre.

De tanto pensar y rememorar su existencia, reír un rato y tomarse la cosas con calma demasiada cotidiana, había olvidado el ruido en las ventanas, algo realmente extraño: era la razón de todo, del despertar, del camino por la casa, el baño y bueno, un par de espinillas reventadas frente al espejo. Estiró las manos en busca de los lentes, los limpió con la camiseta y se los puso.

Desde la silla pudo ver que en la ventana la luz que se colaba se veía interrumpida por variadas sombras, pequeñas, pero muchas, que circulaban y se golpeaban contra el vidrio; Allí el origen del ruido interminable, molesto, incluso húmedo.

Se apoyó en la mano izquierda, y con un gesto sombríamente pensativo comenzó a agudizar el oído, había un sonido más que no dejaba tranquila su existencia, pero estaba tras todos los espectros de lo que había allá afuera tras la cortina. Se hubiera levantado para poder terminar rápidamente con el enigma, pero no le gustaban las cosas fáciles, no había ningún desafío en simplemente levantarse, y ver la realidad tal cual era, su inmensa vanidad necesitaba primero adivinar lógicamente lo que pasaba.

El ruido interior, el segundo espectro, comenzó a hacerse más notorio, eran gemidos, familiares, pero para Orlando, que había vivido toda su aventurada existencia en el puerto, lleno de animales incluso rastreros, era imposible concebir que aquellos gemidos correspondían a ratas, o algo parecido. Imposible.
Se levantó del asiento y se acercó temerosamente a la ventana, hasta tener la manos sobre el género azul (que permitía no dejar que la luz entrara por completo todas las mañanas en las que necesitaba descansar), y contando repetidamente hasta tres (no lo hizo a la primera, ni a la segunda, la idea que se gestaba en su cabeza era terrorífica, y asquerosa. Pero a la tercera las cosas suelen resultar) corrió la cortina, y quedó más pálido de lo que un sello de agua, o los relieves de una marca de notaría podían permitirle a su piel, jamás en la vida absurda que a ratos pensaba llevar se había imaginado lo que sucedía afuera. Ciertamente no eran gatos.

Los murciélagos golpeaban insistentemente la ventana, no eran ni 10, ni 20, eran un centenar, todos dando vuelta, golpeándose, tratando de entrar inútilmente. Se dio un par de vueltas por la casa sin dar crédito. Ya asomándose la luz azul sobre los espectros de aquellas ratas aladas comenzaba a pensar en una solución: decidió corroborar que esto no estaba sucediendo en algún otro lugar. Tomó nuevamente el celular, buscó un par de veces el número del Polo y sin pensar en los minutos que le quedaban, llamó.
                -¿Aló? – contestaron.
                - Polo, con Orlando…
                - Me lo imagine, pedazo de idiota, tengo una caña de la mierda, ¿Qué hora es?
                - Como las 6, creo – un enorme suspiro sonó al otro lado de la línea.
                - Cuatico…cuéntame, ¿Qué pasa?.
                - Tengo murciélagos afuera de mi ventana, muchos, quieren entrar, no sé por qué, o sea, no tengo miedo de que me quieran morder, comer o algo por el estilo, pero hacen un ruido de mierda.
                -Orlando, dime, ¿estás comenzando a alucinar de nuevo?
                -Sería difícil decirte que si, ¿no lo crees?, en este momento no puede haber algo más real que los bichos que golpean la ventana.
                - Okey – otro largo suspiro- si no los vas a dejar entrar, entonces es mejor que duermas, cuando llegue la luz se morirán o arrancarán, qué se yo.
                - Gracias Polo, oye, ¿cómo se llamaba la banda que me mostraste?
                -“Los Lobos”, son chicanos.
                - Gracias, descansa.
                - De nada, cuídate Orlando – Colgó.

La conversación lo había dejado feliz, un consejo de un buen amigo siempre arregla las cosas, desde romper con tu novia, hasta un 27 de febrero, todo tenía solución para el Polo, siempre era la palabra sabia, incluso ante la locura. Ahora era tiempo para la solución.

Orlando guardó algunas cosas en la mochila, lo indispensable, se puso los pantalones, las zapatillas, la camisa y la chaqueta. Sacó el dinero entre los libros, y como último paso caminó a la cocina.

Abrió el refrigerador y saco la última caja de leche, y la bebió mientras miraba aquel ficus de la ventana, se 
dio cuenta, de manera anecdótica, que la única ventana por donde querían entrar los bichos era la central, dado que desde la cocina ya se podía ver el amanecer. Eso lo hizo apresurar el paso. Tomó la planta, mejor amiga después del polo, y salió de la cocina dando la última mirada por si olvidaba algo.

Llegó frente a la ventana, abrió las cortinas, aquellos murciélagos podían mostrar en sus ojos negros la desesperación del día que podía matarlos. Orlando se sintió enternecido, sacó el seguro de la ventana, y sin ningún tipo de miedo, tiro la ventana hacia arriba, y dio un paso atrás. Aquellos espectros negros entraron inundando la habitación, mientras que él se abría de brazos como esperando un abrazo estrecho de la masa de animales voladores, o tal vez de Batman.

Los murciélagos dieron unas vueltas sobre la habitación, y después, de cabeza se quedaron prendidos del techo, buscando refugio entre ellos, preparándose para dormir. No hubo silencio hasta que el último se tomó el lugar que le correspondía.

Terminado el proceso, Orlando se puso la mochila, tomó el ficus y haciendo el menor ruido posible se aseguró de que no entrara luz por las cortinas, dejó abierta la ventana de la cocina para que los nuevos dueños pudieran salir, se dirigió hacia la puerta, salió y no volvió más.

viernes, 17 de mayo de 2013

Pánico: Violeta


Si doy un vistazo a las causas  y asares que llevaron a que finalmente Violeta terminara con una narcolepsia  total sobre mi cama, tiempo pasado de la última vez que hablé con Soledad, pues el principal culpable de todo esto sería yo. Claro, mis pastillas y ese inevitable momento en el que algún idiota quisiera tomarlas para poder satisfacer esa necesidad pequeño burguesa de sentirse un “Farmacodependiente”.

Ok, digo “idiota” porque no evaluaba, ni se me pasaba por la cabeza, que sería la chica con la que había estado los últimos meses, y con la cual acababa de terminar hace algunos días. Se supone que cuando el mundo se ve más tranquilo, incluso cuando ya tienes la piel y los huesos para terminar relaciones y bancarte el sufrimiento del otro, este tipo de hechos queda en las novelas de mal gusto y llenas de lugares comunes, ok, creo que todo terminó más que en una novela, en mi vida.

Las cosas estaban claras y en orden: después de mucho tiempo decidí tener una relación eliminando todos los contras: Mi pesadez, el total rechazo hacia la gente que rodeaba; Volví a la casa de mi madre para poder tener un poco de tranquilidad creativa (tipo Jorge Gonzales), dejé de salir con mucha gente (especialmente con mujeres) y me decidí a ser un hombre nuevo con las convicciones tipo León Trotsky. Resultado: Me convertí en una persona que odiaba todo su entorno, y que por cuestiones obvias el entorno lo odiaba a él, pero que por ningún motivo podía salir de allí.

Una suerte de “Los odio, ustedes me odian, pero debo estar aquí”.

No se puede llegar a ser una gran persona mientras odias en secreto, eso al final te pudre, te quema por dentro hasta que terminas escribiendo en los baños, en las mesas, cambiado tus iniciales para que nadie te cache, y escupiendo mierda al mundo. Volví, por ejemplo, a esa maldita costumbre pendeja de enviar mails anónimos a los profes nefastos en la universidad,  aunque fue entretenido. No recuerdo exactamente el mail, pero a uno le escribí diciéndole lo mierda de su clase, lo nefasta de su parada de “super escritor” y que ojalá Rimbaud  acabara llendose en su boca hasta que “todo”  saliera por sus oídos. No me volví una buena persona necesariamente.

Bueno, directo a lo que atañe,  Violeta se tomó 4 mg. de clonazepam en una suerte de llamada de atención debido a nuestro quiebre y a la posibilidad de que una compañera de Universidad haya venido el día anterior a follar desenfrenadamente conmigo. Cuestión que desmiento, pero en la mente de cualquiera se pude transformar en algo despiadadamente perfecto. Asumo que en realidad vino, pero no hubo más que una conversación sobre la mierda de carrera en la que estoy, y por supuesto, ella metida en internet mientras yo dormía un rato. Lo peor de todo es que mi madre fue una de las que en su enojo, con violeta presente, decidió soltarlo, como una forma de joderme la vida definitivamente.

Con Violeta veníamos teniendo una relación estable hasta que me di cuenta que ambos no podíamos seguir tratándonos, ella sabía de mis fantasmas y por otro lado vivía con la idea de que yo estaba con otra persona, la desconfianza me terminó haciendo dejar de creer en la relación y mandándola a la mierda con la condicionante de que podíamos ser amigos, ahora, con ella allí babeando sobre mi almohada, en su quieto e inquietante sueño, me hace dudar de la decisión. Me es imposible llevar adelante una relación completamente estable sin tener que lidiar con casos como estos. Que retroceso.

Con ella nos conocimos en una de esas fiestas a las que vas por la obligación de que uno de tus amigos cumple un año más. Esos edificios de la explanada de Playa Ancha son húmedos, razón por la cual terminamos durmiendo juntos. Miento, nos teníamos ganas virtualmente, hasta que nos conocimos, lo más raro de todo es que al otro día, después de conversar con ella y despedirme, por equivocación, una vez en mi cama y con el recuerdo aún intacto, me equivoqué de pastillas, y terminé tomando unas huevás para esquizofrénicos, recuerdo de mi tío que estuvo ocupando la pieza un tiempo, antes de que yo, después de una larga decisión, me atreviera a volver al “amor de madre”.

Terminé mareado, tartamudeando y babeando (como Violeta), en la urgencia del Carlos Van Buren. Y como la dosis que había tomado no era suficiente para matarme, el lavado de estomago no era necesario, pero como existía la posibilidad de tener una crisis de pánico, decidieron dejarme en un colchón al lado de la unidad de inyectados y viejos locos sin dientes y pasar la noche allí a ver qué me pasaba. Así tal cual. Resultado claro, tres días en cama, sin ningún tipo de tratamiento más que el de ver televisión y pensar en la muerte.

Mucha gente creyó que finalmente me había intentado suicidar, otros solo asentían con la cabeza y pensaban en mi final inevitable. Qué raro, te tomas por error un par de pastillas y ya eres un rockstar con los suficientes motivos para matarte. Nadie evaluó que si yo no quisiera seguir jodiendolos, ya me habría ido a la mierda hace bastante rato.

Bueno, y aquí estoy, en la pieza llena de fotografías, anuncios del llamado a la toma del poder por los trabajadores, esperando que el último amor despierte y salga de acá con vida. Vigilando si respira, o si tendré que dedicarle algún epitafio a los cobardes. 


miércoles, 17 de octubre de 2012

A.K.A.

¿Y a quién le escribo ahora?
Bajo el sol de la primavera que quema mi cuello,
Mientras el veneno de la capital,
nutre tu feto.

¿Y a quién el escribo ahora?

Si el poeta no existe,
cuando la poesía son y era tu cuerpo y mi anhelo...

Ahora con el hijo de otro,
lejana te levantas a dar vida.
Mientras me lleno de muerte,
y como las moscas rodeando el cadáver de lo hermoso,
yo me quedo buscando el soplo,
de la vida del amanecer rojo.
Que por supuesto no puedo ver.

Me da sueño, pálida.
Sin nombre, sin rostro.
Ya no te recuerdo.

lunes, 30 de julio de 2012

Intermedio de "Las cosas".




Ok, hace tiempo que no ponían nada como un intermedio al cuento “Las cosas” (O ”en caso de emergencia” en la versión más proto rockera de Sangreconleche). Pero creo que es difícil escribir cuando tu vida se transforma en un apocalipsis zombie, sin zombies,  y sin nadie en las calles. Yo lo he comprobado andando en la tabla por el Valparaíso lleno de madrugada. Honestamente creo que ideas hay muchas, pero en cuentos como el que estamos escribiendo es necesario por lo menos en las letras sentirte un héroe.

¿Por qué un héroe?, porque solo en los cuentos que escribimos podemos serlo. Por muy triste que esto se escuche. Y bueno, me quedo en silencio frente al teclado y me pregunto, ¿Por qué una historia de zombies?, ¿por qué escribir sobre una sociedad devastada y la soledad propia de los personajes?, cuando en la vida real esta soledad es casi igual de profunda, y no hay un paralelo para no volvernos locos.

No somos héroes ni en los cuentos que escribimos. Ni en la vida real. ¿Y qué importa?
Claramente seguiremos escribiendo, gracias a los que se han dado una vuelta a leer lo que ponemos, pero recuerden que todo es una mentira. Y que difícilmente llegará algo para salvarnos, algo tan hermoso como un apocalipsis zombie.

La realidad supera lo que escribimos. Una noche sin estrellas, y con ellas aburridas de escucharnos es peor que cualquier “cosa” comiendo cerebros frente al puesto de completos en bellavista. La realidad supera nuestras letras.

(Ese soy yo, en una fusión rara con Sangreconleche)

martes, 3 de julio de 2012

Las "Cosas" (O "En caso de emergecia"). Part. 2



La casa olía a sanitizante, la luz se colaba entre las cortinas del balcón, recordé aquellos días en que por la noche terminábamos borrachos riéndonos de situaciones como esta. Claramente no lo dimensionábamos, ¿y que más querían?, ¿Cómo íbamos a saber que el mundo se convertiría en el Resident Evil 3?, al carajo. Veía el foro desde el note del Diego, palabrotas y palabrotas de tipos que estaban escondidos bajo sus camas, a lo mejor nunca habían visto el centro, ni como las rubias que ellos querían tocar ahora querían comérselos (literalmente). Dejé el note de lado.
Diego veía y apuntaba con mi pistola. Un juguete más de este horrendo espectáculo.
                -Pensándolo bien, quiero una cerveza – le digo mientras me estiro en el sillón.
                - Bien Pablito, como los hombres.

Abrí la lata, y me estiré en el sillón de cuero falso, frente a la tele con el X-BOX 360. Bebí, y suspiré como en los comerciales. Del piso tomé el control, como si fuera el dueño de casa, y encendí la TV. El silencio de los canales que ya no trasmitían, hubiera preferido mil veces que la mina del aro saliera a cortarme la cabeza antes de ver que seriamente para nadie existíamos. Y de vuelta, para nosotros ya no existía nadie.
                -No te bajonees Pablo, tengo un par de juegos que te pueden servir…
                -No quiero  jugar, ya tuve suficiente, ¿me pasas la pistola y otra lata?
                -Cálmate, o si no tendrás que ir a buscar más, lo único bueno es que contigo podremos sacar botellas y de todo lo demás, ¿quieres cigarros?

La hospitalidad y la cantidad de suministros de Diego solo decían una cosa: Había salido a cumplir con su perfil, ante el fin del mundo, lo primero que saquearía sería una botillería. Me pasó la pistola, unos cigarros, un cráneo que sirve de cenicero, y otra lata. MANSO CARRETE.
Tomé un largo sorbo, encendí el cigarro, y comencé a cargar nuevamente el revólver.
Cargados los seis tiros, me eché y seguí bebiendo, Diego me observaba en silencio hasta que se fue a su pieza, comprendió que no quería hablar, claramente ¿Qué podía contarle?, ¿Mi familia?, ¡la raja pos huevón!, mañana íbamos a la playa aprovechando el fin de semana largo.

Me quedé dormido.

Un ruido sonó entre la oscuridad, no era la puerta. Estaba adentro, al otro lado del sillón, Diego me habría despertado a chuchadas, ¿quién mierda estaba en la casa?, me pregunté. Me hice el dormido un rato, tome fuerte la pistola contra mi pecho y cerré los ojos.

Sentí que se me acercaban, me observaban, no se atrevían a despertarme. Bueno, claramente, ahora que lo pienso, despertar a un huevón neurótico que duerme con un arma al pecho es completamente iluso. No era una “cosa”, dado que respiraba normal, y no hacía ruidos asquerosos ni nada por el estilo.
Claramente no quería despertarme, pero si sintió la curiosidad de Diego. Con su  mano comenzó a tratar de sacar el arma, me hice el huevón un rato y apreté: seguía, seguía, se rindió. ¿Y si era un ladrón queriendo robar lo que nos quedaba? ¿Y si ya se había pitiado al Diego mientras dormía? ¿Qué hora era? Que se yo…
Abrí los ojos, en la oscuridad todo era difuso, y con fuerza me levante, mande un empujón, tire lo que fuera al piso, escuche la voz de una mujer, me asusté y apunté.
                -DIEGOOO – gritaron y se encendió la luz.
                -¡huevón de mierda, baja esa huevá de pistola, es la Paloma, mi amiga!
La vi, estaba allí tirada de espaldas cubriéndose con los brazos, y yo apuntándola, inmediatamente bajé el arma.
                -¿Qué mierda culiao?, ¿ahora eris el ejército de salvación? – Se asomó un perro, negro, no sé de qué raza... – ¡Y MAS ENCIMA TENÍS UN PERRO!
                -¡Claro, energúmeno de mierda!
Me senté nuevamente, me tomé la cabeza, la miré, miré al perro, miré al Diego que estaba con un saco de dormir encima.
                -Pablo, mucho gusto - dije irónicamente. Paloma, la chica de la Steam.

Nos sentamos, le pedí disculpas, le dije que yo no era así, pero había creído que era una ladrona, sonrió mientras disolvía el azúcar del café.
                -Me vine a quedar el fin de semana con el Diego, y bueno. Pasó esto - Miré al Diego, se hizo  el huevón y me lanzó un cigarro.
                - ¿Y qué vas a hacer?.. – Pregunté.
                -Se quedará conmigo hasta que viajemos –interrumpió Diego.
             - Si, eso, hasta que viajemos, por el momento quería conocer la ciudad, pero parece que está medio difícil – dijo entre una risa nerviosa, a mi las cosas no me calzaban. Esta chica de pelo negro medio largo (entre melena y largo a decir verdad), blanca, con pinta de 17, a lo más 18 años, estaba sola (con nosotros a lo más) en medio de una ciudad de mierda llena de “cosas” que comían cerebros y que el suyo no era una excepción. Y me hablaban de viaje, lo pensé y…
                -¿VIAJE?
                - si pos –nuevamente Diego- tiene que volver a su casa, bueno…si es que…y yo tengo que ver a mi hermano.
                -Y eso es en…
                - Santiago City – Dijo paloma dándole un tono de concurso de tele.
Me encogí de hombros, me incliné hacia atrás y cerré los ojos, me dolía la cabeza. Estaban en silencio, esperando mi respuesta, pero ¿Qué más daba?.
                -Okap, iremos a Santiago – Ambos rieron, Diego corrió al refrigerador, sacó tres chelas y nos dispusimos a seguir bebiendo.

El rato pasó, nos reímos, yo los miraba a ambos, se veían como si este episodio fuera lo que más necesitaban en sus vidas, me dio un poco de miedo. Encendí otro cigarro, nos quedamos en silencio. Los miré, es decir, en verdad Diego me miró y yo lo seguí.
                -Ya…¿y a cuantos Zombies te pitiaste en el camino? – Lo miré, y encogí los ojos, miré a la mesa.
                -Ya viste a la rubia del auto, ¿no? – Ambo se rieron a carcajadas.
                -Huevón, fue el terrible show, no le achuntabas nunca, ¿nunca cachaste en las películas que el balazo es en la cabeza?...me indignas.
                - Seguía la guía para matar “cosas” del “Amanecer de los muertos”, primero las piernas, para inmovilizar, después la cabeza.
                - AJAJAJA, NOTABLE, es brigida esa escena – dijo Paloma, su sonrisa era enorme, rebosante de alegría, yo dejé de sonreír apenas me hicieron la pregunta. No podía.
                -¿y le diste a otro más? – preguntó, entre risas, medias pecosas, con grandes ojos café oscuro.
                - Si.
                -¿ a quién?, ¿un paco?, eso sería típico de ti- replicó Diego, extasiado entre sus chelas.
                - A mi hermana.

SILENCIO.
               
                -C-como…¿mataste a tu hermana? – preguntó paloma.
                - No, ya estaba muerta, o sea…no lo se…
                -Era un zombie – de nuevo Diego.
                -Huevón no les digai así, esa huevá tan gringa, tan llena de fans, de huevones que esperaban esta huevá de carnicería.
Diego en otro momento me habría dicho mariconcito por ese argumento, quizá no lo hizo por mi confesión.

La noche había avanzado hasta las 4:30, afuera no se escuchaba nada, con Diego estábamos asomados por el balcón, Paloma dormía plácidamente en el sillón. No comprendía su facilidad de dormir, bueno, con las cervezas encima era posible dormir bien.
-¿Cuántos crees que hayan en esta manzana? – Preguntó.
-No lo sé, ¿Cuántos vecinos tenías? –encendí el penúltimo cigarro.
- Su resto, y creo que sé cómo hacer para saber y a la vez deshacernos de todos, digo, pronto tendremos salir del edificio para viajar, y bueno, tenerlo despejado es la mejor manera,  por eso primero creo que deberíamos darles una peleíta.
“Peleíta”, pensé. ¿Qué íbamos a ver?, probablemente yo primero debía asumir que eran zombies, nada de “cosas”, y que bueno, en un mundo realmente loco, lo mejor era tener actitudes de esa naturaleza, nosotros teníamos la opción, al menos, de elegir.
-¿Y el plan es?...
-Abajo hay un auto, le hacemos contacto por los cables, alimento la bobina y listo, encendido.
            -OOOK, ¿y después?...
           -Llevamos el auto justo acá al frente – dijo mientras apuntaba al centro de la manzana- e iniciamos un incendio, el auto explotará y se quemarán. La idea es que se junten muchos más.
            -¿Explotar?
            -Tengo un bidón grande de bencina, y anoche antes de que llegaras me quedaron unas mechas listas para lanzar.
            -¿No has pensado en que nos atravesaremos con muchos de ellos antes de lograr subir?.
         -Idiota, tiraremos una mecha desde el balcón, pero tenemos que subir antes de que todo se evapore…          

Pensé un momento la situación, me asustaba la idea de querer hacerlo. De cierta manera era como aceptar, como lo hacía Diego, el mundo en el que ahora vivíamos.
 Segundo tras segundo peleaba contra la locura, la des humanidad, y  estaba perdiendo, pero ¿Qué más nos quedaba?, había que eliminarlos a todos antes de que se enteraran de que estábamos aquí. Paloma dormía, Diego la miraba con mucha nostalgia. Bajé la vista.

Diego sacó de su closet un pesado bidón lleno de gasolina, mientras que al lado tenía unas botellas de jugo watts listas para lanzarlas como un infernal coctel molotov, ni los pacos hubieran imaginado semejante arsenal, me puse un abrigo verde, unos bototos que me prestó el mismo Diego (al parecer el si había estado preparando MESES este apocalipsis), y una mascarilla de gases.
Metí las mechas en la mochila, unas 20 por lo menos, sonaban y me hacían recordar el 2011 con una amargura inmediata.
-Como cuando salías en la UPLA, así el olor no te va a marear.
-¿cómo lo hiciste para no morir asfixiado, huevón, esto estaba en tu pieza?
       -Lleva acá pocos días y lo cubrí con mucha ropa, un remedio casero que me enseñó mi hermano.
Tomó su bate, el bidón, ordenó que lo siguiera y lo cubriera ante cualquier amenaza, algunos corrían y podían saltar sobre cualquiera de los dos.

Miró por última vez a Paloma. Primera vez que veía esa expresión en Diego, más adelante las cosas se pondrían difíciles, por eso recuerdo esta noche como uno de los hitos que nos marcaron a los tres. Cerró la puerta con llave y comenzamos a caminar por el pasillo.
                -Todo comenzó así, y ponme mucha atención – me decía mientras caminaba con un poco de pesadez, tambaleándose por el peso del bidón – la historia de lo que vivimos hoy es re simple, aquí en chile, según leí y vi en algunos videos, la epidemia comenzó en un manicomio en Concepción.
                - Esa noticia la dieron un par de veces.
                -Una mierda, no contaron todo, dijeron que había sido un simple motín, y mostraron la sangre por todos lados, no dijeron nada de lo que pasaba allá adentro.
                -No me sorprende…
                -Para nada, la huevá es que tenían a un tipo encerrado por un caso de supuesta rabia, una enfermedad rara para estos tiempos, además que no presentaba los síntomas  normales, si no que mostraba una rara deformación en la piel: podredumbre  
-¿Cómo no se dieron cuenta que el pobre huevón estaba muerto?
                - eso es poh’, si se dieron cuenta, y lo encerraron mientras el servicio de salud y otros organismos internacionales lo examinaban.
                -No me calza, ¿y por qué no lo sacaron del sanatorio y se lo llevaron a algún bunker?..
                -No se atrevían, parece que todo era muy contagioso – sentimos un ruido, paramos un rato. Nada.
                - Pero, ¿de dónde sacaste la información? – Pregunté.
                - Simple, pequeño saltamontes, el foro que tu estás leyendo es el único medio de información para los que seguimos vivos…bueno, por lo menos sanos.
                -ya, ¿y?.
                -Un funcionario de concepción, se hizo usuario del mismo y nos contó a todos, igual fue para la cagá, si tú me hubieras hecho caso desde un principio, sabrías todo lo que yo sé…
                -Me calza con los casos de los gringos que se comían las caras.
                -Exacto huevon, ¡por fin cachai algo!, ¿Cómo mierda esperaban los gringos que con las sales de baño que tengo en mi tina podías convertirte en Hannibal Lecter?
                -imposible…
                -Te das cuenta que ahora que toda la lógica se ha dado vuelta, ¡es hermoso!, ¡el tipo se escapó, mordió a otro y comenzó la carnicería!

Bajamos los escalones, con miedo, a pasos apresurados tratábamos de hacer el menor de los ruidos, a veces sentíamos movimientos, pero la reacción de las “cosas” era mucho más lenta, sentían un sonido y se demoraban mucho en  moverse, aunque cuando estaban seguros corrían tras de ti. Esas eran mis conclusiones después de días huyendo, disparando, viendo como los milicos se llevaban a la Alondra.
Llegamos al estacionamiento, solo nos separaba una reja de la calle, y unos metros de la esquina con vista a la casa de Diego.
                -Tú abre la reja, yo hago el contacto – ordenó.

Corrí, y me iré contra el metal, e intenté correrlo hacia un lado, no daba resultados. Miré a una de las esquinas y me sentí idiota al darme cuenta que la reja era eléctrica, fui a la casilla del guardia.  
La puerta estaba cerrada, aunque los vidrios rotos, ensangrentados daban huella de un increíble festín, abrí la puerta y del Don solo quedaba un torso, y un brazo a medias. Evité vomitar, entre toda la sangre estaba el interruptor, le di e inmediatamente la reja comenzó a abrirse, haciendo esa pequeña alarma que a Diego y a mi nos dejó fríos. Se asomó desde el auto y nos miramos cagados de miedo. Sentíamos los movimientos, caían basureros, a lo lejos se sentía una horda de muertos chocando entre sí, si no nos apurábamos íbamos a ser carne, solamente eso.

El sonido terminó y el silencio volvió a reinar. Caminé hacia el auto.
                -¿Cómo vas? – pregunté.
                - Pulento, el auto está listo, solo tengo que hacer esto – movió un par de cables y se encendió- cacharás que si encendemos las luces dejamos la cagá.
Asentí, me subí al copiloto, mientras Diego ponía en primera y movía lentamente el vehículo por el estacionamiento, pasábamos la reja, el bidón descansaba en el asiento trasero.
                -¿No crees que hubiéramos podido, con toda esa gasolina y este auto viajar a Santiago ahora mismo? – era mi inevitable pregunta.
                - Hay que esperar, son 5 días, ya te contaré.

Nos pusimos en la esquina, ahora venia la fase más bonita del plan, rociar todo para que ardiera como en el mayo francés. Saque las mechas y comenzamos a golpearlas contra el auto, llegue a romper el parabrisas con una, por otro lado el Diego roseaba con el bidón, yo comencé a tirarlas en los alrededores, esto iba a ser un infierno. 

Dejamos a la mitad el bidón, y lo pusimos en el asiento de enfrente, Diego en un acto de humor le puso el cinturón de seguridad, reí a mis adentros.
               -Cuando se comience a quemar, el bidón será la obra maestra, esta huevá explotará de lo lindo, ahora, CORRE.
Comenzamos nuestra carrera, las escaleras se hacían nuevamente largas, como  cuando había llegado, esta vez hacíamos ruido, estábamos un tanto desesperados, comenzaron las carreras tras nosotros. Miré hacia atrás.
                -Cresta, ¡tenemos a dos, una vieja y un huevon con corte de milico! –grité.
                - Los vecinos del 810, ¡¡pícala!!


Corrimos, hasta la puerta que daba al pasillo del departamento, Diego la pateó y vimos a dos muertos más que estaban chocando entre si.

-Pablo, tu dale a los de atrás –volvió a ordenar y se abalanzó con el bate sobre  los zombies, el choque de cabezas húmedas contra el metal sonaba de aquí a dos cuadras. Saqué la pistola y me quedé campeando frente a la puerta, los sentí llegar, se asomó primero la vieja “BANG”, a suelo headshot, tiritó un rato y murió (nuevamente), di dos pasos atrás, se asomó el tipo con corte de milico, parecía recién salido del servicio militar, era grandote, me dio un poco de miedo, respiraba agitado, dude un poco, pero comencé el juego. “BANG”, rodilla izquierda, “BANG” rodilla derecha, la mierda se arrastraba como merecía, ya en este mundo no había muerte digna para esta escoria. La sangre se esparcía por el pasillo. Llegó hasta mí, me tomó de las botas, de ambas, estaba lento, al parecer no comía hace rato. Subió la cabeza esperando botarme o poder comer algo.

Poniéndome en su lugar, creo que fue desilusionante para el ver que le ponía la pistola justo en la frente. Disparé, sus sesos se derramaron sobre la pared blanca. Todo era un desastre, Diego, me tomo del hombro y nos fuimos directo a la puerta.

Abrimos y nos sacamos todo el peso de encima, Diego reía, tomaba un paño para limpiar su bate, después el mismo paño lo tiraba por la ventana, mientras buscaba el cloro, yo tomé las últimas mechas y las ponía en el balcón. Despertamos a Paloma.
            -Ahora démosle al auto, Paloma, tu primero… -dijo Diego, yo observaba en silencio.
            -¿Qué?, ¿Bajaron sin mi? –Decía Paloma con aire de niña mimada.
-Ahí te explicamos – le paso una mecha, mientras le daba las instrucciones de como lanzarla.
-LANZALA O SE QUEMA LA CASA – gritó.

La primera estela de luz salió y golpeó el auto, comenzó el fogón “ya está ardiendo, ya está ardiendo, el fuego, el fuego”, Paloma sonreía, como si estuviéramos en año nuevo, se abrazaron con Diego, yo por mi parte tomé otra y la lancé, también di en el auto, el fuego comenzaba a esparcirse, a lo lejos sentimos la horda enfurecerse. Las Lanzamos casi todas (yo guardé una aparte, para comenzar el baile), el auto ahora era una bola de fuego incandescente que iluminaba toda la cuadra, comenzaron a llegar montones de muertos, la que tenía reservada la apunte directo a la multitud, sin mentir eran por lo menos 600 bichos, todos buscando algo que comer. Encendí, y lancé.

La mecha dio justo en el blanco, comenzaron a quemarse, el auto ya estaba en su última fase, recordé el bidón, y justo “PAF”, el auto explotó  en una bola de fuego enorme que alcanzó todo a su alrededor, ahora se quemaban, gemían, los vidrios a los alrededores se quebraban, se cortaban, pero lo más importante, chocaban entre ellos, expandian el fuego.
Nos Reímos, habíamos despejado el edificio, habíamos quemado a mas de 600 imbéciles muertos. Me fui a dar una ducha, y después pasé al espejo para reconocerme.




Diego también a documentado los hechos hasta ese día, puedes verlos Aquí.


Ilustración tipo cómic de nuestra amiga Nikol (@lanegrademierda), salgo bonito, muchas gracias por ello.